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jueves, 14 de enero de 2016

SUFRAGISTAS: LA FUERZA DE LA MITAD



"SUFRAGISTAS", PELÍCULA DE SARAH GAVRON

SUFRAGISTAS
Dirección: Sarah Gavron.
Intérpretes: Carey Mulligan, Ben Whishaw, Anne-Marie Duff, Meryl Streep, Helena Bonham Carter.
Año: 2015.
País: Reino Unido
Duración: 106 minutos
Sinopsis: Cuenta la historia de las sufragistas inglesas en los albores de la Primera Guerra Mundial. La mayoría de estas mujeres no venían de clases altas, sino que eran mujeres trabajadoras que veían cómo sus protestas pacíficas no servían para nada. Radicalizadas y volviendo su lucha cada vez más violenta, estaban dispuestas a perderlo todo en su búsqueda incansable de la igualdad: sus trabajos, sus casas, sus hijos y sus vidas. Esta es la historia de Maud, una de estas mujeres, y de su lucha por la dignidad y la de sus compañeras.


MEDIA HUMANIDAD (COMO POCO)

'Sufragistas' es una película que nos escupe a la cara la vergüenzacon rabia, con delicadeza, con elegancia, con justicia, con verdad, con pasión



Fuente: El País

Sufragistas: la fuerza de la mitad


Por:  24 de diciembre de 2015
“Que la rapidez y el éxito de nuestra causa depende del celo y de los esfuerzos, tanto de los hombres como de las mujeres, para derribar el monopolio de los púlpitos”. Declaración de Séneca Falls, 1848


Veo 
la película Sufragistas el 19 de diciembre, en plena jornada de reflexión antes de un domingo en el que, espero, se abra un nuevo ciclo político en nuestro país. A ser posible, sueño, desde el convencimiento de que el feminismo nos ofrece repuestas a buena parte de los interrogantes que hoy nos seguimos planteando. Hay colas en las taquillas pero me temo que la mayoría de los espectadores, como parece ser que hicieron algunos de nuestros líderes políticos, esperaban ansiosos la nueva entrega de Stars Wars. A pesar de todos los pesares, me sigo emocionando cada vez que tengo la posibilidad de votar. Pese a todas las insastisfacciones con el sistema, me siento en ese momento parte de un todo, poseedor de poder, de la parte alícuota de soberanía que a todas y a todos nos corresponde. Y pienso en las mujeres y en los hombres de mi familia que no tuvieron los mismos derechos que yo, y siempre, inevitablamente, me acuerdo de mis abuelas, a las que la II República concedió el voto pero que luego se vieron recluidas en las habitaciones oscuras del franquismo. Una de ellas no sabía leer ni escribir, a  la otra, aún sabiendo, no la dejaron tener su habitación propia.
Sufragistas, aunque esté muy lejos de ser la obra cinematográfica que muchos esperábamos, debería ser de visión obligatoria en escuelas, institutos, centros cívicos y hogares en general. Una lección en cualquier temario de Educación para la Ciudadanía y un capítulo, me temo que todavía inexistente, en cualquier clase de Historia. Me sorprende comprobar como algunos de los libros que siguen consultado mi alumnado continúan hablando de sufragio universal en momentos históricos donde ellas, la mitad, no podían ejercerlo. Es decir, los libros, no es que solo oculten parte de la historia, es que continúan mintiendo. De ahí la importancia de recuperar y de poner en el lugar que le corresponde una historia épica, la de las mujeres que lucharon por ser tratadas como iguales, para que desde ejercicio de memoria podamos entender mucho mejor el presente y, entre otras cosas, nos dotemos de argumentos para reivindicar y celebrar la necesidad del feminismo.
La historia que nos cuenta Sufragistas, de manera a mi parecer demasiado esquemática y fría, y con demasiados añadidos sentimentales que poco suman a lo que de verdad importa, es un capítulo esencial en las conquistas de la democracia, en la definición de los derechos humanos y, en definitiva, en la construcción de un mundo más justo. Las reivindicaciones de mujeres como Emily Davison, Elizabeth Garreth o la mítica Pankhurst, a las que se sumaron algunos hombres como Stuart Mill, partían nada más y nada menos que de la exigencia del reconocimiento de la mitad de la Humanidad. Una mitad que no participaba en la elección de sus representantes, ni por tanto en la definición de las leyes a las que estaban sometidas, y que las trataban como menores de edad. Algo que ya puso de manifiesto a finales del XVIII Mary Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer y que Olimpia de Gouges reivindicó en la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana de 1791: “La ley debe ser expresión de la voluntad general; todas las ciudadanas y los ciudadanos deben contribuir personalmente, o por medio de sus representantes, a su formulación”. A Olimpia, como a la mitad femenina en general, acabaron contándole la cabeza.
 En estos tiempos de alianzas perversas entre neoliberalismo y patriarcado, de neomachismo que consolida y prorroga la subordinación de la mitad, es más necesario que nunca recuperar y celebrar la genealogía sin la que es imposible entender lo que el feminismo significa en cuanto teoría política y en cuanto movimiento vindicativo.
No solo es de justicia poner nombre y rostro a las mujeres que lucharon por que finalmente tuviéramos una auténtica democracia, sino también para entender como los derechos humanos se han conquistado gracias a procesos de lucha, a rebeliones contra el silencio, al permanente compromiso de personas, como esas lavanderas que nos muestra la película, que se plantean qué mundo van a dejarle a sus hijos e hijas.
En unos sistemas democráticos donde, pese a las conquistas formales, ellas lo siguen teniendo más complicado, en los que los liderazgos continúan siendo masculinos y en los que es tan inusual que los hombres renunciemos a nuestros privilegios para que ellas al fin puedan compartir el poder con nosotros, es necesario recuperar la voz de las que siempre fueron traicionadas en las revoluciones. De las que se atrevieron a desafiar los “pactos juramentados” entre varones de los que habla Celia Amorós. De las que incluso tuvieron que recurrir a la violencia porque era la única manera de ser visibles en mundo de hombres. De las que decidieron no quedar sujetas al papel de esposas, madres e hijas. De las que con su acción política dejaron en evidencia que una democracia que no cuente con ellas no merece tal nombre.
La película Sufragistas, que me temo que solo podría haber sido dirigida y escrita por mujeres, ayuda a que pongamos rostros a esas mujeres que continúan sin aparecer en los manuales. Su modestia, que desde el punto de vista cinematográfico le resta buena parte de la emoción épica que hubiera merecido la historia, no le resta sin embargo fuerza “empoderadora”. Sobre todo cuando en pleno siglo XXI hay lugares del planeta donde las mujeres aún continúan siendo lavanderas y en el que, en países avanzados como el nuestro, continúan sometidas a todo tipo de violencias patriarcales. De ahí el valor de esta película cuya razón última no debería ser otra que reivindicar los eslabones de una cadena, la de la revolución feminista, que todavía hoy necesita seguir sumando mujeres, y también hombres, convencidas y convencidos de que la democracia o es paritaria o no es. Y que mientras que no acabemos con el monopolio masculino de los púlpitos las heridas de Emily Davison y otras muchas continuarán abiertas.
http://blogs.elpais.com/mujeres/

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